El Caballero de la Triste Figura

Tiempo ocioso – pensó el coronel Rigoberto – si para los griegos el tiempo ocioso pensado era el mejor ocupado. ¿Pero quien soy? Un número. ¿Como llegué hasta aquí? De la única manera que siendo espermatozoide di en el blanco y con mi caminar fui pintando la infinidad de puntos que han formado mi extensión. Aquí ahora soy mi ser y sin vuelta. Pero, ¿pudo ser peor o mejor si en lugar de ser un coronel que no conoce un misil como producto del subdesarrollo estuviera armando ojivas nucleares? Sin relativismos dialécticos que te enfrenten contrarios, no estaría ni mejor ni peor. Mierda, muy avanzada estaba la noche, apareció Cervantes y mandó a que cabalgara el caballero de la triste figura, quien con ayuda del viento esparció por el mundo el “bendito el día en que no existía esto es tuyo y esto es mío”. Si ya hacía mucho tiempo que ríos para pescar y montes para recolectar frutas que eran de nadie, fueron disputados por tribus con los primeros gestos horribles de los seres humanos.

Han pasado cincuenta años desde que camino mi cuerpo, 35 desde que entré al ejército y que me acompaña esta tensión en mi cuerpo con la que convivo, creo desde siempre y que al pensarla me aprieta delicadamente el pecho. A veces creo que es nostalgia y no puedo descubrir la causa. ¿Será debido a mi niñez cuando mi pensamiento era más instinto, o será angustia que me apareció sin pensarse, cuando a los tres años me dijeron “tu padre era muy bueno, Dios lo quiso a su lado, así que voló al cielo”? Dos años más tarde, en la cama, toqué otro vacío al preguntar por mi madre, “la llamó tu padre, y como era un ángel, con sus alas voló al cielo”, me dijeron. Y después, si solo tengo recuerdos bellos, es por que no me faltó amor.

Ahora mismo que debería estar relajado siento mis manos cerradas y duermo medio hecho un ovillo y apretando los dientes. Una sola vez sentí que esta presión creció hasta casi explotar mi pecho, cuando mi hijo Rubens estando a unos metros mío resbaló en un cerro. Nunca agradecí mas a sus manos grandes y fuertes con las que consiguió aferrarse a las piedras, su caída hubiera sido fatal. Varias veces no se si por dormir soñando o recordar despierto, todavía tengo sobresaltos en la cama. ¿O será tanto cigarro y café? No, eso mientras no me mate mas bien me hace vivir. Y los cinco años que estuve fuera del ejercito – y no por tranquilos – la inquietud había abandonado mi pecho. El ejercito, siiii… esa presión de las formas sobre tu mente y tu cuerpo. No importa que el castigo sea injusto, lo cumples y después reclamas, si la verticalidad a nombre de la disciplina no le deja al pensamiento espacios horizontales. Cuando otro cuerpo, como por método ultraja tu cuerpo, te lo está negando. Y cuando por doctrina te rezan que tu superior durante toda tu vida tiene la razón, también te niegan tu razón. ¿Que te dejan? Si dependiera de cuanto puedas evitar se lleven para que tu andar no sea solo la forma de un hermoso uniforme. Cuanta sensibilidad de camaradas habrá sido resentida y no la quieren pensar. Pero hay algo mas serio que complica a esta altura de mi profesión el estar aquí. Tanto estudio, tantos ejercicios para hacer la guerra y jamás pude tomarla en serio. Siempre tuve la impresión de que seguía como cuando niño, jugando a los soldaditos de plomo. ¿Me equivoqué de profesión? No, desubicado si, pero es que nunca vi los medios para cumplir con la función principal de  la defensa nacional y por eso se me hizo obsesión una función secundaria, la de contribuir al desarrollo nacional. Si hasta invertí el slogan de seguridad para el desarrollo, por el de desarrollo para la seguridad.

¿Porqué amo al ejercito? Es simple, porque amo mi vida. El amor ama, pero cuando comprende los defectos de lo amado, es amor pensado, y se completó el amor.

Extracto del libro de mi padre el Coronel Roberto Barbery Flores. Obra Postuma a ser públicada.

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